Friday, October 31, 2014

PDF Download El Niño Sin Nombre: La lucha de un niño por sobrevivir (Spanish Edition), by Dave Pelzer

Kleemsas | October 31, 2014

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About the Author

Dave Pelzer travels throughout the nation promoting inspiration and resilience. His unique accomplishments have garnered personal commendations from Presidents Reagan and Bush. In 1993 Pelzer was chosen as one of the Ten Outstanding Young Americans (TOYA), and in 1994 was the only American to receive The Outstanding Young Persons of the World (TOYP) award. He was also a torchbearer for the Centennial Olympic Games.

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Excerpt. © Reprinted by permission. All rights reserved.

1El rescatepage  blank   5 de marzo de 1973, Daly City, California. Estoy retrasado. Tengo que acabar de fregar los platos a tiempo, si no, no hay desayuno; y como anoche no cené, he de comer algo. Mamá corre por la casa chillando a mis hermanos. Oigo sus pasos pesados por el pasillo dirigiéndose hacia la cocina. Vuelvo a meter las manos en el agua hirviendo de enjuagar. Demasiado tarde. Me coge con las manos fuera del agua.¡PLAF! Mamá me pega en la cara y me tiro al suelo. Sé que no debo quedarme de pie y aguantar el golpe. He aprendido, a base de cometer errores, que lo considera un desafío, lo que significa más golpes o, peor aún, quedarme sin comer. Recupero mi postura anterior y evito su mirada mientras me grita al oído.Actúo con timidez, asintiendo a sus amenazas. 'Por favor, ―me digo―, déjame comer. Vuelve a pegarme, pero tengo que comer.' Otra bofetada hace que me golpee la cabeza contra el mostrador de azulejos. Lágrimas de falsa derrota me corren por las mejillas mientras sale de manera precipitada de la cocina aparentemente satisfecha consigo misma. Después de contar sus pasos para asegurarme de que se ha ido, dejo escapar un suspiro de alivio. Mi actuación ha dado resultado. Mamá puede pegarme todo lo que quiera, pero no he dejado que me arrebate mi voluntad de sobrevivir.Acabo de fregar los platos y, después, hago el resto de mis tareas domésticas. Como recompensa, recibo el desayuno: las sobras de un tazón de cereales de uno de mis hermanos. Hoy son Lucky Charms. Sólo quedan unos trocitos de cereales en medio tazón de leche, pero los engullo lo más de prisa posible, antes de que mamá cambie de opinión. Ya lo ha hecho otras veces. Le gusta usar la comida como arma. Sabe que no debe tirar las sobras al cubo de la basura. Sabe que después las cojo. Mamá se sabe la mayoría de mis trucos.Unos minutos más tarde estoy en la vieja ranchera de la familia. Como voy tan retrasado con las tareas domésticas, me tienen que llevar en carro al colegio. Normalmente suelo ir corriendo y llego justo cuando comienza la clase, sin tiempo para robar comida de las fiambreras de otros niños. Mamá deja salir a mi hermano mayor, pero a mí me retiene para sermonearme sobre lo que piensa hacer conmigo mañana. Va a llevarme a casa de su hermano. Dice que el tío Dan 'se ocupará de mí'. Lo dice de manera amenazadora. La miro asustado, como si de verdad tuviera miedo. Pero sé que, aunque mi tío es un hombre duro, no me tratará como lo hace mamá.Antes de que la ranchera se pare del todo, salgo corriendo. Mamá me grita para que vuelva. He olvidado mi fiambrera abollada que, en los tres últimos años, siempre ha tenido el mismo menú: dos emparedados de mantequilla de maní y unos bastoncillos de zanahoria. Antes de que vuelva a salir disparado del carro, me dice:―Diles . . . Diles que has tropezado con la puerta.Después, con una voz que rara vez emplea conmigo, me vuelve a decir:―Que pases un buen día.Le miro los ojos rojos e hinchados. Todavía le dura la resaca de la borrachera de anoche. Su pelo, en otro tiempo hermoso y brillante, le cae ahora en mechones consumidos. Como de costumbre, no lleva maquillaje. Está gorda y lo sabe. En general, éste se ha vuelto el aspecto típico de mamá.Como llego tan tarde, tengo que presentarme en la oficina de la administración. La secretaria de pelo gris me saluda con una sonrisa. Unos instantes después sale la enfermera de la escuela y me conduce a su despacho, donde llevamos a cabo la rutina habitual. Primero, me examina la cara y los brazos.―¿Qué es eso que tienes encima del ojo? ―me pregunta.Asiento dócilmente:―He tropezado con la puerta del vestíbulo . . . sin querer.Vuelve a sonreír y coge una tablilla con sujetapapeles de encima de un armario. Pasa una o dos hojas y se inclina para enseñármelas.―Mira ―señala la hoja―, eso fue lo que dijiste el lunes pasado. ¿Te acuerdas?Rápidamente cambio de historia.―Estaba jugando al béisbol y me di con el bate. Fue un accidente.Accidente. Siempre debo decir eso. Pero la enfermera no se deja engañar. Me regaña para que le diga la verdad. Siempre termino por derrumbarme y confesar, aunque creo que debería proteger a mi madre.La enfermera me dice que no me preocupe y me pide que me desnude. Hacemos lo mismo desde el año pasado, así que la obedezco inmediatamente. Mi camisa de manga larga tiene más agujeros que un queso de Gruyère. Es la misma que llevo desde hace dos años. Mamá me obliga a ponérmela todos los días para humillarme. Los pantalones están prácticamente en el mismo estado y los zapatos tienen agujeros en la zona de los dedos. Puedo sacar el dedo gordo por uno de ellos. Mientras me quedo en ropa interior, la enfermera anota las diversas marcas y moretones en la tablilla. Cuenta las marcas en forma de corte que tengo en la cara y busca alguna que le haya pasado desapercibida anteriormente. Es muy concienzuda. A continuación, me abre la boca para mirarme los dientes, que están mellados por habérmelos golpeado contra el mostrador de la cocina. Escribe varias notas más en el papel. Mientras continúa examinándome, se detiene en la antigua cicatriz del estómago.―Y aquí ―dice mientras traga saliva―, ¿es donde te clavó el cuchillo?―Sí ―contesto.'¡Oh, no! ―me digo―, me he equivocado . . . otra vez.' La enfermera debe de haber visto la preocupación en mis ojos. Deja la tablilla y me abraza. '¡Dios mío! ―me digo―, es tan cálida'. No quiero soltarla. Quiero quedarme en sus brazos para siempre. Cierro los ojos con fuerza, y durante algunos segundos, no existe nada más. Me acaricia la cabeza. Me estremezco por el moretón hinchado que mamá me ha hecho esta mañana. La enfermera deshace el abrazo y sale de la habitación. Me apresuro a vestirme. Ella no lo sabe, pero todo lo hago lo más rápidamente posible.La enfermera vuelve al cabo de unos minutos con el señor Hansen, el director, y dos de mis profesores, la señorita Woods y el señor Ziegler. El señor Hansen me conoce muy bien. He estado en su despacho más veces que cualquier otro niño de la escuela. Mira la hoja mientras la enfermera le informa de lo que ha encontrado. Me levanta la barbilla. Me da miedo mirarlo a los ojos, que es un hábito que he adquirido al tratar de enfrentarme a mi madre. Pero también es porque no quiero contarle nada. Una vez, hace aproximadamente un año, llamó a mi madre para preguntarle por mis moretones. Por aquel entonces no tenía ni idea de lo que sucedía en realidad. Sólo sabía que yo era un niño con problemas que robaba comida. Cuando volví al colegio al día siguiente, vio los resultados de las palizas de mamá. Nunca volvió a llamarla.El señor Hansen grita que ya está harto. Casi me muero del susto. 'Va a volver a llamar a mamá', me grita el cerebro. Me derrumbo y lloro. Me tiembla el cuerpo como si fuera gelatina y balbuceo como un bebé, rogando al señor Hansen que no llame a mamá.―¡Por favor! ―digo lloriqueando―, hoy no. ¿No se da cuenta de que es viernes?El señor Hansen me asegura que no va a llamar a mamá y me envía a clase. Como es muy tarde para ir al aula de la reunión matinal, corro directamente a la clase de inglés de la señora Woodworth. Hoy tenemos una prueba de ortografía de todos los estados y sus capitales. No estoy preparado. Normalmente soy muy buen alumno, pero en los últimos meses he abandonado todo en mi vida, incluyendo el evadirme de mi desgracia a través del trabajo escolar.Cuando entro en el aula, los alumnos se tapan la nariz y me silban. La profesora sustituta, una mujer joven, agita las manos delante de la cara. No está acostumbrada a mi olor. Me entrega el examen guardando las distancias, pero antes de que me siente en la parte de atrás de la clase, al lado de una ventana abierta, me vuelven a llamar al despacho del director. Toda el aula suelta un alarido, el rechazo del quinto grado.Corro a la oficina de la administración y llego en un segundo. Me duele la garganta y todavía me arde por el 'juego' que mamá jugó ayer contra mí. La secretaria me conduce a la sala de profesores. Cuando abre la puerta, mis ojos tardan un momento en habituarse. Frente a mí, sentados en torno a una mesa, están mi tutor, el señor Ziegler, mi profesora de matemáticas, la señorita Moss, la enfermera de la escuela, el señor Hansen y un policía. Los pies se me congelan. No sé si salir corriendo o esperar a que el techo se derrumbe. El señor Hansen me hace una seña para que entre, mientras la secretaria cierra la puerta tras de mí. Me siento a la cabecera de la mesa y explico que no he robado nada . . . hoy. Una sonrisa hace que desaparezca el entrecejo fruncido que todos muestran. No tengo idea que van a arriesgar sus empleos para salvarme.El policía explica por qué lo ha llamado el señor Hansen. Siento cómo me voy encogiendo en la silla. El agente me pide que le hable de mamá. Digo que no con la cabeza. Demasiadas personas conocen ya el secreto y sé que ella lo va a descubrir. Una voz suave me tranquiliza. Creo que es la señorita Moss. Me dice que todo está bien. Respiro profundamente, me retuerzo las manos y, de mala gana, les hablo de mamá y de mí. Después, la enfermera me dice que me levante y enseña al policía la cicatriz que tengo en el pecho. Sin dudarlo, les digo que fue un accidente, que es lo que fue: mamá no tenía intención de clavarme el cuchillo. Lloro mientras lo confieso todo y les digo que mamá me castiga porque soy malo. Â¡Ojalá me dejaran en paz! Me siento tan falso en mi interior. Sé que, después de todos estos años, nadie puede hacer nada.Unos minutos después me dejan salir y sentarme en el despacho contiguo. Al ir a cerrar la puerta, los adultos me miran y aprueban con la cabeza. Me muevo inquieto en la silla mientras observo a la secretaria escribir a máquina. Me parece que ha pasado una eternidad cuando el señor Hansen me llama para que vuelva a entrar. La señorita Woods y el señor Ziegler salen de la sala de profesores. Parecen contentos y, a la vez, preocupados. La señorita Woods se arrodilla y me rodea con sus brazos. Creo que nunca olvidaré el aroma del perfume que lleva en el pelo. Me suelta y se da la vuelta para que no la vea llorar. Ahora estoy verdaderamente preocupado. El señor Hansen me da una bandeja de la cafetería con la comida. '¡Dios mío! ¿Ya es la hora de comer?', me pregunto.Engullo la comida con tanta rapidez que apenas puedo degustarla. Acabo la bandeja en un tiempo récord. Poco después vuelve el director con un paquete de galletas y me dice que no coma tan de prisa. No tengo ni idea de lo que pasa. Una de mis suposiciones es que mi padre, que está separado de mi madre, ha venido por mí. Pero sé que se trata de una fantasía. El policía me pregunta la dirección y el número de teléfono. '¡Ya está! ―me digo―. Es la vuelta al infierno. Va a volver a pegarme.'El policía toma más notas ante la mirada del señor Hansen y la enfermera. Poco después cierra su libreta y le dice al señor Hansen que ya tiene suficiente información. Miro al director. Tiene la cara cubierta de sudor. Siento que el estómago comienza a contraérseme. Quiero ir al servicio y vomitar.El señor Hansen abre la puerta y veo que todos los profesores ―es la hora de la comida― me miran fijamente. Me siento muy avergonzado. 'Lo saben ―me digo―. Saben la verdad sobre mi madre, la verdad real'. Es muy importante que sepan que no soy un niño malo. Deseo tanto gustarles, que me quieran. Me vuelvo hacia el vestíbulo. El señor Ziegler abraza a la señorita Woods, que está llorando. La oigo gemir. Me da otro abrazo y se aleja rápidamente . El señor Ziegler me estrecha la mano.―Pórtate bien ―me dice.―Sí. Lo intentaré ―es lo único que puedo decir.La enfermera de la escuela está detrás del señor Hansen, en silencio. Todos se despiden de mí. Ahora sé que voy a la cárcel. 'Bien ―me digo―. Al menos no podrá pegarme si estoy en la cárcel'.El policía y yo salimos, pasamos por delante de la cafetería. Veo a algunos niños de mi clase jugando al 'balón prisionero'. Unos cuantos dejan de jugar. Gritan:―¡Han pillado a David! ¡Han pillado a David!El policía me pone la mano en el hombro y me dice que todo está bien. Mientras nos alejamos en la patrulla de la escuela primaria Thomas Edison, veo a algunos niños que parecen desconcertados por mi partida. Antes de marcharme, el señor Ziegler me ha dicho que contaría la verdad a los demás niños, la verdad real. Habría dado lo que fuera por estar en clase cuando supieran que no soy tan malo.En pocos minutos llegamos a la comisaría de policía de Daly City. Casi espero que mamá esté allí. No quiero bajarme del coche. El oficial abre la puerta, me coge del codo con suavidad y me lleva a un gran despacho. No hay nadie en la habitación. El agente se sienta en una silla que hay en una esquina, donde escribe a máquina varios folios. Observo detenidamente al policía mientras me como despacio las galletas. Las saboreo el mayor tiempo posible. No sé cuándo volveré a comer.Es más de la una de la tarde cuando el policía acaba con los trámites burocráticos. Me vuelve a pedir el número de teléfono.―¿Para qué? ―pregunto con voz quejumbrosa.―Tengo que llamarla, David ―me dice con suavidad.―¡No! ―le ordeno―. Mándeme de vuelta al colegio. ¿Pero es que no lo entiende? No debe saber que lo he contado.Me calma con otra galleta y marca despacio el 7-5-6-2-4-6-0. Veo girar el disco negro del teléfono al levantarme y acercarme, y fuerzo todo el cuerpo para tratar de oírlo sonar en el otro extremo. Lo coge mamá. Su voz me asusta. El policía me hace señas para que me aparte y respira profundamente antes de decir:―Señora Pelzer. Aquí el agente Smith del Cuerpo de Policía de Daly City. Su hijo David no irá hoy a casa. Queda bajo la custodia del Departamento Juvenil de San Mateo. Si tiene alguna pregunta, llame allí.Cuelga el teléfono y me sonríe.―No ha sido tan difícil, ¿verdad? ―me pregunta.Pero su mirada me indica que es a sí mismo a quien trata de convencer, no a mí.Después de recorrer varios kilómetros, llegamos a la autopista 280 y nos dirigimos hacia las afueras de Daly City. Miro a mi derecha y veo una señal que dice: 'La autopista más hermosa del mundo'. El oficial sonríe aliviado cuando salimos de los límites de la ciudad.―David Pelzer ―me dice―, eres libre.―¿Qué? ―le pregunto, aferrándome a mi única fuente de comida―. No lo entiendo. ¿No me lleva a la cárcel?Vuelve a sonreír y me aprieta el hombro con suavidad.―No, David. No tienes por qué preocuparte, de verdad. Tu madre nunca te volverá a hacer daño.Me recuesto en el asiento. El reflejo del sol me da en los ojos. Desvío la vista de los rayos del sol mientras una lágrima me corre por la mejilla.'¿Soy libre?' ©2008. Dave Pelzer. All rights reserved. Reprinted from El Niño Sin Nombre. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system or transmitted in any form or by any means, without the written permission of the publisher. Publisher: Health Communications, Inc., 3201 SW 15th Street, Deerfield Beach, FL 33442

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Product details

Paperback: 195 pages

Publisher: HCI Espanol (September 1, 2003)

Language: Spanish

ISBN-10: 0757301363

ISBN-13: 978-0757301360

Product Dimensions:

5 x 0.4 x 7.3 inches

Shipping Weight: 6.4 ounces (View shipping rates and policies)

Average Customer Review:

4.5 out of 5 stars

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Good

Espero que más personas tengan el privilegio de leer la historia de este valiente sobreviviente a esa madre. Su historia llego a mi corazón.

Bought this book for my mother, she read it fast. She couldn't put it down, it was captivating from the start till the end. Very sad story, makes you realize the atrocities people do to their own children.

A pesar de la realidad del maltrato es un relato crudo del daño a los niños , sin analizar el perfil sicológico del maltratado ni de los desdtuctores.....

El poder de la observación. En muchas ocasiones marginamos a los niños por su conducta, su apariencia física... y no observamos que ocurre y cómo podemos ayudar a hacer cambios. Fue la maestra sustituta que observó y reportó... Esta historia logra volcar el corazón de todo lector. Léalo y sensibilice su alma.

I felt so sorry for the kid...I can not belive it a mother can be so cruel with her own son...

Send it to a friend and she loves it

Muy buen libro de crear conciencia y motivacion a otros que hayan pasado por situaciones similares a nunca rendirse y no aceptar lo negativo del pasado.

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